Concédanos diez años, tan sólo eso

Por Francisco Reyna

Como en todo almuerzo dominical argentino, no puede faltar en la familia las conversaciones desordenadas y las posturas intransigentes más cuando se habla sobre la realidad del país.

Este fin de semana tocó el tema de los que se van del país. Algunos enarbolaron datos objetivos de series estadísticas de tiempos pretéritos; otros instalaron las sensaciones y subjetividades de quienes se fueron y volvieron y cómo se vivió y se vive el desarraigo, el regreso, la ida, la vuelta, en fin, lo que como familia hemos vivido desde mi padre que en el año 1952 se fue a Alemania a su post grado o mis hermanos en la década del 80 o los sobrinos que en el último decenio han ido y venido del país. Realidad vívida de una familia argentina con mayoría de integrantes universitarios.

Pensaba que siendo profesional y egresado en plena crisis del fallido gobierno del Presidente Dr. De La Rúa, me puse el título bajo el brazo y ese día, un 5 de Diciembre, pensé que después de tanto esfuerzo iba a ser Abogado y ejercer como tal. Años pensando en ese ilustre momento en el que el mundo se transformaría y haría realidad aquellos deseos que a mis dieciocho años -decisión mediante- me llevarían al hombre que hoy soy, abogado. Ocurrió a medias, más bien a duras penas y no como lo tenía planeado.

Me auto defino como parte de la generación de profesionales a la que le robaron las ilusiones. Y así les pasará hacia atrás y hacia adelante a todos los que se fueron formando en distintas áreas del conocimiento y les fueron robando la ilusión de los dieciocho. ¿Cuál fue el fraude?. Obtener un diploma cualquiera sea el grado de formación importa siempre concluir una etapa y arrancar una nueva, con una herramienta intangible, con pecho henchido de orgullo y con la satisfacción de haber logrado algo propio e inexpropiable. Te integra, se lleva como insignia por el resto de la vida, ya sea como aprendizaje, como logro o simplemente como un instrumento que nos pone en una condición distinta a la que estábamos antes de obtenerlo.

El fraude, la estafa, está entre la diferencia entre lo expectable y la realidad. Está en el fracaso de las políticas implementadas -por los políticos-, que no son propicias para desarrollar los conocimientos y habilidades incorporados en tan largos procesos de aprendizaje.

En ánimo de ser injusto con las diferencias y virtudes de unos respecto de otros gobiernos sean el nacional o provinciales de las últimas dos décadas, el resultado es siempre el mismo: un país que se estancó o peor, retrocedió. Formarse en la Argentina terminó siendo una oportunidad para irse del país. La decisión va de suyo, está en cada uno y en la posibilidad de realizarla.

La tristeza de los jóvenes diplomados no es únicamente alejarse de la familia, es mucho más profunda. Es haber estado un tiempo considerable en una institución con muchísimo esfuerzo. Valerse de un conjunto de personas que les sostienen las ilusiones para un día, así sin más, un día con una cartulina bajo el brazo salir al mercado laboral, salir de la cátedra, del claustro y darse de bruces con la inexpugnable realidad de un país cuya dirigencia se empecina en ciclos constantes a llevarnos hacia el fracaso.

Los profesionales somos, desde hace décadas y año tras año, aquellos jóvenes de dieciocho años que firmes en nuestras ideas planteamos un escenario distinto por habernos formado para lograrlo. Somos los que hoy les pedimos a los dirigentes que nos den una tregua en una batalla desigual. Les pedimos que bajen los puentes de los castillos en los que se encuentran y dejen ingresar el progreso que trae el conocimiento en las estructuras políticas para poder lograr el país que soñamos.

Se me ocurre un escenario mucho más corto, más simple, menos retórico. Les pedimos tan sólo diez años de paz. Sólo diez.

Es el tiempo vital en el que todo puede pasar para una persona. Un niño puede terminar la secundaria, el adolescente una formación académica. Una pareja concretar un hogar y un emprendedor desarrollar una idea. Es el tiempo que se requiere para formarse en un oficio o en una especialidad. Es el tiempo necesario para que un adulto disfrute de sus nietos y el descanso de una vida de trabajo.

Son diez años de estabilidad y -quizás- progreso, sólo eso. Tan sólo eso. ¿Es mucho pedir un acuerdo?. Que rompan los espejos en los que se miran todos los días y abran las ventanas para mirar más allá. Que la rosca deje lugar al hacer y al dejar hacer. Que el mérito sea un objetivo y los logros sean colectivos. Básicamente un acuerdo programático con eje en el progreso.

No es mucho pedir, ¿No?!

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