La obra de Sarmiento destruida

Por Magdalena Buteler

Sin dejar de reconocer los debates acerca de la figura controversial de Sarmiento, ni sus principales detractores pueden negar visión para crear un sistema de educación pública que fue modelo a fines del siglo XIX.

Cuando se inició el siglo pasado nuestro país tenía una educación pública de excelencia, con niveles de alfabetismo similares al de Estados Unidos y al del Imperio Británico y Alemán, las grandes potencias de la época. Mas de cien años después, Argentina cae en el ranking educativo mundial que miden las pruebas PISA, 73 en matemáticas y 61 en lectura de 79 países que participaron.

Para quienes hemos trabajado en educación en los últimos años el resultado de las pruebas solo ponen un número a lo que ya sabemos. 

Soy profesora de Historia, estuve veinticuatro años frente al aula y ocho en un cargo directivo. Mi principal tarea en todo ese tiempo fue mantener la calidad educativa y enseñar a mis alumnos a pesar de las políticas públicas. 

Tanto en el aula como en la Vice dirección, la tarea mas difícil no fue enseñar, tampoco tratar con los chicos, los padres o los docentes, el desafío permanente fue como mantener el nivel educativo sorteando disposiciones ministeriales planes de estudio, contenidos, estrategias de evaluación, criterios de calificación y promoción que parecían conspirar contra la calidad académica.

Con contadas excepciones como el trabajo con las capacidades fundamentales, la política educativa tiene como único objetivo mostrar estadísticas de promoción y egreso efectivo, bajar los índices de repitencia y deserción... la preocupación por una enseñanza de calidad queda fuera de agenda. 

Si los estudiantes del nivel secundario se llevan muchas materias por las notas de los parciales o recuperatorios se eliminan para que promocionen. Si no pueden aprobar las materias completas se les toma sólo los temas que deben. Si aun así repiten de año por llevarse muchas materias, se habilita que pasen con tres previas. Todas estrategias que atacan los síntomas en vez de revisar las causas del fracaso, y solo tienen la finalidad de mostrar mejores resultados estadísticos.  

En la escuela primaria, si los estudiantes no aprenden a leer y escribir en primer grado (como en los últimos cien años o en el resto del mundo) en vez de analizar si la psicogénesis es el sistema más adecuado para la enseñanza de la lectoescritura, se crea la unidad pedagógica para que no repitan hasta tercer grado. 

Si la escuela privada obtiene mejores resultados que la pública, se la obliga a bajar el nivel con disposiciones que no tienen en cuenta las distintas realidades para que se disimulen las diferencias.  

Y estas decisiones políticas fueron anteriores a la pandemia que todo lo ha agravado, no solo la evidencia de la disminución en el aprendizaje que muestra el resultado de las últimas pruebas (que se tomaron en otros 78 países que también sufrieron la pandemia)  sino también las políticas públicas siguen sin corregir los problemas y solo se preocupan por disimularlos, escuchamos azorados que en provincias argentinas se va a permitir egresar con 19 materias previas o no ser calificado con menos de 4.

Trabajé como docente y directiva hasta marzo de este año en colegios privados, con y sin subsidio estatal, en un esfuerzo titánico por brindar una enseñanza de calidad haciendo frente a disposiciones políticas que conspiraban contra ella porque, supuestamente, tenían como objetivo la inclusión y evitar la deserción en la escuela pública.  

Desde que me jubilé trabajo como voluntaria en un apoyo escolar de chicos de barrios carenciados, sin dejar de reconocer que todo se ha agravado por los dos años de pandemia, me toca ver los resultados de esas políticas, chicos de tercer grado que no saben leer ni escribir, alumnos de tercer año incapaces de comprender un párrafo.

Quiero pensar que se trata de impericia, de negligencia o desidia, que no existe ni ha existido una voluntad de destruir uno de los mejores sistemas educativos del mundo, creando generaciones de jóvenes incapaces de leer, escribir, sin pensamiento lógico ni juicio crítico, quiero creer que es posible revertirlo.

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